La arquitectura es considerada una de las artes casi desde que el hombre se puso de pie y comenzó a conquistar el planeta. A lo largo de los siglos, los arquitectos, desde aquéllos que diseñaron las tumbas megalíticas de Menga y Viera (Antequera, Málaga), hasta los actuales arquitectos megalómanos como Calatrava, Hadid o Ghery, han dejado su impronta en la historia a través de sus edificios.
Hablar de la construcción de un edificio es hacerlo de la participación de un compendio ordenado de oficios que de forma independiente aportan su conocimiento y experiencia para formar un todo general, coordinado y único.
El arquitecto es el director de la orquesta, es el encargado de que todos los músicos hagan sonar sus instrumentos al unísono de forma que se oiga la partitura que previamente ha compuesto.
Siguiendo este paralelismo, la gloria y el recuerdo, siempre son para el que lleva la batuta, obviando que la armonía de la pieza musical (o arquitectónica) es resultado de un engranaje bien lubricado en el que cada participante entona su instrumento en el momento adecuado, de la forma idónea. Irreemplazable. Insustituible.
Grandiosos canteros, carpinteros, herreros, maestros de obra y demás oficios, han quedado en el anonimato a lo largo de la historia, han sido obviados para mayor gloria del arquitecto, promotor o mecenas, cometiendo la injusticia de condenarlos al peor de los infiernos: el olvido.
Oficios que durante muchos años han sido inagotables fuentes de artistas, expertos modeladores de la madera, incansables forjadores del hierro, grandes escultores de la piedra… que han pasado a un segundo plano y nunca aparecen en la historia de la arquitectura, una arquitectura de la que son protagonistas principales.
Por azares del destino, en una reciente demolición de una antigua casa en la C/. Don Gonzalo de Puente Genil (primer tercio del S. XX), hemos encontrado tras un adorno de una de sus puertas la firma de los carpinteros que participaron en la obra. Un documento sin igual, escrito sobre la madera, que en el año 1932 fue “escondido” para la eternidad. La fortuna ha sacado a la luz este sencillo documento, la rúbrica de quienes participaron en la construcción del edificio y seguramente nunca pensaron que podrían ser recordados por ello.
Sirvan estas letras de homenaje y merecido reconocimiento a estas personas, que como artistas que eran decidieron firmar sus obras pero en silencio, de una forma tan humilde que sólo ellos fueron conscientes de aquel acto.
Ahora, casi un siglo después, desconocemos el nombre del arquitecto del edificio, incluso de sus promotores primeros, pero si podemos dejar grabados para la historia, y así constará cuando el edificio se levante de nuevo, que los carpinteros José Delgado y Rodrigo García, el aprendiz José López y el doméstico de la casa Francisco Chirón Berral, estando presente Miguel Quintero Navas alias “Berrinches el del Tocino” (no sabemos quien sería), participaron activamente en la construcción de éste y seguro de muchos más edificios de la época en Puente Genil.
El destino esta vez si, ha hecho justicia y ha querido que el reconocimiento sea para estas personas, violinistas de la orquesta que en el primer tercio del S. XX y bajo la batuta de algún director, tocaron una hermosa partitura que en breve será “levantada” de nuevo.