Hace ya tiempo que el casco histórico de nuestro pueblo está herido de muerte. Una lenta agonía, potenciada por muchos y diferentes factores, de un barrio que otrora fuera el centro neurálgico de la actividad pontana.
El comienzo del fin, podemos situarlo en el año 63 del pasado siglo, concretamente con la gran riada que sufrieron tanto el Barrio de la Isla como Miragenil. El desbordamiento de las aguas del Genil, y sus efectos devastadores, fueron los principales causantes del inicio de un éxodo a zonas más altas, que no ha parado desde entonces.
La existencia de grandes núcleos habitacionales, instalados en nuevos desarrollos urbanísticos, ha hecho que la ciudad se vaya extendiendo por el lado opuesto al del casco, cuyo crecimiento está físicamente restringido por límites y fronteras naturales (el río Genil). Un crecimiento no concéntrico que va alejando cada vez más el comercio, los equipamientos, la hostelería… en resumen, la vida.
Durante los años 80, el casco histórico de Puente Genil comenzó a convertirse en un espacio meramente residencial, perdiendo poco a poco, el resto de usos que lo convierten en ciudad. En la década de los 90, este hecho se vio acrecentado notablemente, conservando (a Dios gracias) el carácter de centro administrativo, sostenido por las oficinas del Ayuntamiento, la Seguridad Social y la nueva sede de los Juzgados.
Con la llegada del siglo XXI y el “boom urbanístico”, la variedad en la oferta residencial de las nuevas zonas, sumado a la falta de comercio y servicios que al igual que la población también “huyeron” del barrio, han terminado de despoblar el casco histórico han dejado vacías decenas de viviendas, y edificios abandonados a su suerte, que como estamos comprobando en estos días acaban irremediablemente en ruina.
Hay que reconocer, los infructuosos esfuerzos del equipo de gobierno del Sr. Manuel Baena, que durante su mandato, han invertido esfuerzo, sudor y lágrimas (pero sobre todo dinero), para dotar al casco histórico de equipamientos, viales, parques, pavimentación, instalaciones, mobiliario urbano… y un largo etcétera que no han dado los frutos esperados.
La herida ya estaba demasiado abierta…
Si a todo ello le sumamos la profunda crisis económica que ha afectado singularmente al sector de la construcción y el mercado inmobiliario, nos encontramos con un barrio que ha recibido un “rejonazo de muerte”. Por si fuera poco, el Catálogo de Edificaciones Protegidas del nuevo PGOU, se convertirá, siguiendo el símil taurino, en la “puntilla” que lo mande inevitablemente al “desolladero”.
¿Existen soluciones? Si, pero previamente tenemos que conseguir concienciarnos del problema, y tener una firme intención de remediarlo.
Hay magníficos ejemplos de revitalización de cascos históricos en ciudades que, como la nuestra, prácticamente los habían perdido. Bilbao y Málaga, por citar dos ciudades conocidas, son claras muestras (a otra escala) de regeneración del espacio urbano degradado, y de revitalización de cascos históricos.
Ahora que, como diría mi amigo Javier Navarro, estamos dándole una “repensadita” al nuevo Plan General de Ordenación Urbana, deberíamos replantearnos el modelo de ciudad, el modelo de crecimiento y las nuevas necesidades que se presentan.
Nos encontramos ante un modelo de crecimientos urbanos que ha cambiado, y que debido a la crisis en el sector, ha “virado” para dejar a un lado los nuevos desarrollos urbanísticos y dar un giro hacia la revitalización del suelo urbano y la consolidación de espacios degradados dentro de las ciudades, con atención especial a los cascos históricos.
El nuevo PGOU debería proponer las herramientas para esa regeneración y facilitarla todo lo posible, para ir como en el Tetris, rellenando los “huecos” vacíos. Debemos también, ser conscientes de la calidad arquitectónica e histórica real de nuestras edificaciones y adaptar la normativa para facilitar la intervención en las mismas.
Han aparecido recientemente algunos adalides de lo que ellos denominan “patrimonio de todos”, pero que más allá de su crítica no plantean soluciones para que esas antiguas edificaciones puedan tener una salida, que no pasa por otra que la de convertirse en espacios habitables (con las comodidades del S. XXI) y económicamente rentables para propietarios, promotores y compradores.
La posibilidad de abrir la ciudad al río y convertirlo en el elemento vertebrador del crecimiento urbanístico contando a su vez con un conjunto histórico con las posibilidades que tiene el de la Alianza y Los Frailes, es un lujo del que pocos pueblos pueden disfrutar. Parece ser que empezamos a se conscientes y estamos poniendo los medios para volver la cara hacia nuestro Río.
Personalmente, a parte de a Miragenil (al que entiendo parte del casco) extendería ese desarrollo a toda la zona conocida como “El Señor del Río”, haciendo de la Cuesta del Molino un gran eje residencial que cosa la parte alta y la baja de Puente Genil de una forma natural, trasladando toda la industria existente a los vacío polígonos con los que contamos.
Como he dicho, la regeneración que necesita el barrio bajo, no sólo es arquitectónica y urbanística, sino también económica y social. Por lo que las intervenciones a realizar, van más allá del planeamiento y se extienden a todos los ámbitos de la ciudad.
Comercio, equipamientos, vivienda, servicios, hostelería… la vuelta de todos estos actores protagonistas es condición necesaria para la revitalización que propongo.
En fin, expuesto el problema, hay que buscar las soluciones, y estas, me consta que se pueden encontrar con interés, trabajo y ganas; porque aunque el dinero no sea precisamente lo que sobre en este momento, si que contamos con un factor humano (políticos, técnicos, empresarios y vecinos) sobradamente preparado para hacerlo.
Por otra parte, está la opción de criticar detrás de un teclado (a veces incluso con el amparo que da el anonimato) sin proponer ninguna solución, aprobar un catálogo que “proteja” mientras más edificios mejor y esperar que se consuma lo ahora es “una muerte anunciada”.